Cuando sintió el calor de su mano
y sus miradas se entrelazaron, supo que su infierno había comenzado.
María había contraído matrimonio
tres años antes, hacía diez que compartía su vida, sus alegrías, sus sueños con
un hombre maravilloso al que amaba con todas sus fuerzas. Para ella, era la
encarnación de que los amores novelísticos podían ser reales. Era inmensamente
feliz, y nunca había mirado a otro a hombre desde que le había conocido.
Pero, cuando Carlos comenzó a
trabajar en su empresa y se puso en su camino, todo un mundo de sensaciones le
envolvió. Cuando se encontraban su cuerpo se ponía en tensión, deseaba
acariciarle, besarle y dentro de sí anidaba una gran desesperación. Carlos, no
era un hombre de revista, pero había algo en él, un aura que le envolvía que le
había vuelto loca, no podía concentrarse en su trabajo, y los aguijonazos de la
culpa, agujeraban sin piedad su corazón. No sabía que le estaba pasando,
ansiaba su vida pasada, cuando solamente la adoración por su marido latía en su
interior.
Carlos lucía también una alianza
en su mano. Pero no sabía nada más. No sabía cómo era su mujer, si se amaban, cuánto
tiempo hacía que compartían su vida. Nada. Lo que sí sabía era la mirada
ansiosa que le dirigía cuando sus pasos se cruzaban y sus ojos se enzarzaban en
una conversación sin palabras donde su pasión se hacía manifiesta.
Una noche ante la acumulación de
trabajo, María decidió quedarse en la oficina unas horas para adelantar
papeleo. Se hallaba ensimismada repasando unos números, cuando oyó una puerta
que se abría y fue consciente de que no estaba sola. Era Carlos. Los dos se
quedaron sorprendidos y azorados. María se puso a temblar. El destino quiso que
se encontraran a solas. En la noche. En la oscuridad. Cuando los impulsos más
ocultos se imponían a la razón. Cuando la cautela se olvidaba y el instinto
animal emergía a la superficie. Por un instante quiso salir corriendo, sin dar
explicaciones, huir de esta situación, volver al calor de su hogar, al abrigo
de los brazos de su esposo.
El silencio era asfixiante,
ninguno de los dos sabía cómo romperlo, los dos sufrían, inconscientemente
comenzaron a acercarse, una atracción, como un imán, les incitaba a
aproximarse. Y cuando sus recelos bajaron la guardia,se acariciaron con ternura,
con cuidado, sus rostros y sus labios sin previo aviso, como una fuerza a la que
no podían resistirse, se fundieron.
Fue un beso, solo un beso, o nada
más y nada menos que un beso. Pero supieron frenarse. Se separaron confusos. No
quería hacer eso. No querían que su vida se rompiera por una pasión inconsciente
que no sabían a dónde les conduciría. Tenían demasiado que perder y no sabían
lo que podrían ganar. No se conocían. No sabían nada el uno del otro. Solamente
la madre naturaleza les había tendido una trampa cruel. Se fueron cada uno a su
casa, confusos, pero contentos de haber sabido parar a tiempo. Jamás volvieron
a hablar de aquella noche.
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